Translate
miércoles, 25 de julio de 2012
La pequeña licuérnaga
Había una vez una comunidad de luciérnagas que habitaba el interior de un
gigantesco lampati, uno de los árboles más majestuosos y antiguos de Tailandia.
Cada noche, cuando todo se volvía oscuro y apenas se escuchaba el leve murmurar
de un cercano río, todas las luciérnagas salían del árbol para mostrar al mundo
sus maravillosos destellos. Jugaban a hacer figuras con sus luces, bailando al son de una música inventada
para crear un sinfín de centelleos luminosos más resplandeciente que cualquier
espectáculo de fuegos artificiales.
Pero entre todas las luciérnagas del lampati había una muy pequeñita a la que no le gustaba salir a volar.
- No, hoy tampoco quiero salir a volar -decía todos los días la pequeña luciérnaga-. Id vosotros que yo estoy muy bien aquí en casita.
Tanto sus padres como sus abuelos, hermanos y amigos esperaban con ilusión la llegada del anochecer para salir de casa y brillar en la oscuridad. Se divertían tanto que no comprendían por qué la pequeña luciérnaga no les quería acompañar. Le insistían una y otra vez, pero no había manera de convencerla. La pequeña luciérnaga siempre se negaba.
-¡Que no quiero salir afuera! -repetía una y otra vez-. ¡Mira que sois pesados!
Toda la colonia de luciérnagas estaba muy preocupada por su pequeña compañera.
-Tenemos que hacer algo -se quejaba su madre-. No puede ser que siempre se quede sola en casa sin salir con nosotros.
-No te preocupes, mujer -la consolaba el padre-. Ya verás como cualquier día de estos sale a volar con nosotros.
Pero los días pasaban y pasaban y la pequeña luciérnaga seguía encerrada en su cuarto.
Una noche, cuando todas las luciérnagas habían salido a volar, la abuela de la pequeña se le acercó y le preguntó con mucha delicadeza:
-¿Qué es lo que ocurre, mi pequeña? ¿Por qué no quieres venir nunca con nosotros a brillar en la oscuridad?
-Es que no me gusta volar-, respondió la pequeña luciérnaga.
-Pero, ¿por qué no te gusta volar ni mostrar tu maravillosa luz? -insistió la abuela luciérnaga.
-Pues… -explicó al fin la pequeña luciérnaga-. Es que para qué voy a salir si nunca podré brillar tanto como la luna. La luna es grande, y muy brillante, y yo a su lado no soy nada. Soy tan diminuta que en comparación parezco una simple chispita. Por eso siempre me quedo en casa, porque nunca podré brillar tanto como la luna.
La abuela había escuchado con atención las razones de su nieta, y le contestó:
-¡Ay, mi niña! hay una cosa de la luna que debería saber y, visto lo visto, desconoces. Si al menos salieras de vez en cuando, lo habrías descubierto, pero como siempre te quedas en el árbol, pues no lo sabes.
-¿Qué es lo que he de saber y no sé? -preguntó con impaciencia la pequeña luciérnaga.
-Tienes que saber que la luna no tiene la misma luz todas las noches -le contestó la abuela-. La luna es tan variable que cada día es diferente. Hay días en los que es grande y majestuosa como una pelota, y brilla sin cesar en el cielo. Pero hay otros días en los que se esconde, su brillo desaparece y el mundo se queda completamente a oscuras.
-¿De veras hay noches en las que la luna no sale? -preguntó sorprendida la pequeña luciérnaga.
-Así es -le confirmó la abuela. La luna es muy cambiante. A veces crece y a veces se hace pequeñita. Hay noches en las que es grande y roja y otras en las que desaparece detrás de las nubes. En cambio tú, mi niña, siempre brillarás con la misma fuerza y siempre lo harás con tu propia luz.
La pequeña luciérnaga estaba asombrada ante tal descubrimiento. Nunca se había imaginado que la luna pudiese cambiar y que brillase o se escondiese según los días.
Y a partir de aquel día, la pequeña luciérnaga decidió salir a volar y a bailar con su familia y sus amigos. Así fue como nuestra pequeña amiguita aprendió que cada uno tiene sus cualidades y por tanto, cada uno debe brillar con su propia luz.
Pero entre todas las luciérnagas del lampati había una muy pequeñita a la que no le gustaba salir a volar.
- No, hoy tampoco quiero salir a volar -decía todos los días la pequeña luciérnaga-. Id vosotros que yo estoy muy bien aquí en casita.
Tanto sus padres como sus abuelos, hermanos y amigos esperaban con ilusión la llegada del anochecer para salir de casa y brillar en la oscuridad. Se divertían tanto que no comprendían por qué la pequeña luciérnaga no les quería acompañar. Le insistían una y otra vez, pero no había manera de convencerla. La pequeña luciérnaga siempre se negaba.
-¡Que no quiero salir afuera! -repetía una y otra vez-. ¡Mira que sois pesados!
Toda la colonia de luciérnagas estaba muy preocupada por su pequeña compañera.
-Tenemos que hacer algo -se quejaba su madre-. No puede ser que siempre se quede sola en casa sin salir con nosotros.
-No te preocupes, mujer -la consolaba el padre-. Ya verás como cualquier día de estos sale a volar con nosotros.
Pero los días pasaban y pasaban y la pequeña luciérnaga seguía encerrada en su cuarto.
Una noche, cuando todas las luciérnagas habían salido a volar, la abuela de la pequeña se le acercó y le preguntó con mucha delicadeza:
-¿Qué es lo que ocurre, mi pequeña? ¿Por qué no quieres venir nunca con nosotros a brillar en la oscuridad?
-Es que no me gusta volar-, respondió la pequeña luciérnaga.
-Pero, ¿por qué no te gusta volar ni mostrar tu maravillosa luz? -insistió la abuela luciérnaga.
-Pues… -explicó al fin la pequeña luciérnaga-. Es que para qué voy a salir si nunca podré brillar tanto como la luna. La luna es grande, y muy brillante, y yo a su lado no soy nada. Soy tan diminuta que en comparación parezco una simple chispita. Por eso siempre me quedo en casa, porque nunca podré brillar tanto como la luna.
La abuela había escuchado con atención las razones de su nieta, y le contestó:
-¡Ay, mi niña! hay una cosa de la luna que debería saber y, visto lo visto, desconoces. Si al menos salieras de vez en cuando, lo habrías descubierto, pero como siempre te quedas en el árbol, pues no lo sabes.
-¿Qué es lo que he de saber y no sé? -preguntó con impaciencia la pequeña luciérnaga.
-Tienes que saber que la luna no tiene la misma luz todas las noches -le contestó la abuela-. La luna es tan variable que cada día es diferente. Hay días en los que es grande y majestuosa como una pelota, y brilla sin cesar en el cielo. Pero hay otros días en los que se esconde, su brillo desaparece y el mundo se queda completamente a oscuras.
-¿De veras hay noches en las que la luna no sale? -preguntó sorprendida la pequeña luciérnaga.
-Así es -le confirmó la abuela. La luna es muy cambiante. A veces crece y a veces se hace pequeñita. Hay noches en las que es grande y roja y otras en las que desaparece detrás de las nubes. En cambio tú, mi niña, siempre brillarás con la misma fuerza y siempre lo harás con tu propia luz.
La pequeña luciérnaga estaba asombrada ante tal descubrimiento. Nunca se había imaginado que la luna pudiese cambiar y que brillase o se escondiese según los días.
Y a partir de aquel día, la pequeña luciérnaga decidió salir a volar y a bailar con su familia y sus amigos. Así fue como nuestra pequeña amiguita aprendió que cada uno tiene sus cualidades y por tanto, cada uno debe brillar con su propia luz.
La Sal
Un maestro hindú de avanzada edad se cansó de escuchar las quejas de su aprendiz y, así, una mañana, le envió a por sal. Cuando el aprendiz volvió, el maestro dijo al joven infeliz que pusiera un puñado de sal en un vaso de agua y después se la bebiera.
-¿Cómo sabe? - preguntó el maestro.
-Salada - escupió el aprendiz.
El maestro se echó a reír y después pidió al joven que tomara el mismo puñado d...e sal y lo vertiera en el lago. Ambos caminaron en silencio hasta un lago cercano y cuando el aprendiz echó el puñado de sal al agua, el anciano dijo:
-Ahora bebe del lago.
Cuando el agua le caía por la barbilla, el maestro le preguntó:
-¿Cómo sabe?
-Fresca - comentó el aprendiz.
-¿Notas la sal? - preguntó el maestro.
-No - dijo el joven.
Seguidamente, el maestro se sentó junto al joven serio, que tanto le recordaba a sí mismo, y tomándole las manos, le dijo:
-El dolor de la vida es pura sal; ni más ni menos. La cantidad de dolor en la vida es la misma de siempre. Pero lo notaremos más o menos salado dependiendo del recipiente en el que lo pongamos. Así, cuando sientas dolor, lo único que puedes hacer es ampliar tu visión de las cosas... Deja de ser un vaso, conviértete en un lago.
-¿Cómo sabe? - preguntó el maestro.
-Salada - escupió el aprendiz.
El maestro se echó a reír y después pidió al joven que tomara el mismo puñado d...e sal y lo vertiera en el lago. Ambos caminaron en silencio hasta un lago cercano y cuando el aprendiz echó el puñado de sal al agua, el anciano dijo:
-Ahora bebe del lago.
Cuando el agua le caía por la barbilla, el maestro le preguntó:
-¿Cómo sabe?
-Fresca - comentó el aprendiz.
-¿Notas la sal? - preguntó el maestro.
-No - dijo el joven.
Seguidamente, el maestro se sentó junto al joven serio, que tanto le recordaba a sí mismo, y tomándole las manos, le dijo:
-El dolor de la vida es pura sal; ni más ni menos. La cantidad de dolor en la vida es la misma de siempre. Pero lo notaremos más o menos salado dependiendo del recipiente en el que lo pongamos. Así, cuando sientas dolor, lo único que puedes hacer es ampliar tu visión de las cosas... Deja de ser un vaso, conviértete en un lago.
domingo, 1 de julio de 2012
REGLAS PARA EVITAR EL ABUSO EN LOS CABALLOS
REGLAS PARA EVITAR EL ABUSO EN LOS CABALLOS.
Se debe satisfacer las necesidades básicas del caballo que son:
*Techo que los proteja de las inclemencias del tiempo y catástrofes naturales.
*Buena alimentación de acuerdo al trabajo y descanso.
* Limpieza diaria de su cuerpo y sus cascos, así como de su caballeriza.
* Agua limpia diaria.
* Ejercicio diario, (sacarlo diario a caminar o retozar)
* Compañía.
*Amor y atención
* Atención Veterinaria.
* Herraje bimensual.
*Saber comunicarse con el caballo sin abuso.
*En el caso de los potros, se les debe de dejar amamantarse hasta que su madre los suelte.
Se debe satisfacer las necesidades básicas del caballo que son:
*Techo que los proteja de las inclemencias del tiempo y catástrofes naturales.
*Buena alimentación de acuerdo al trabajo y descanso.
* Limpieza diaria de su cuerpo y sus cascos, así como de su caballeriza.
* Agua limpia diaria.
* Ejercicio diario, (sacarlo diario a caminar o retozar)
* Compañía.
*Amor y atención
* Atención Veterinaria.
* Herraje bimensual.
*Saber comunicarse con el caballo sin abuso.
*En el caso de los potros, se les debe de dejar amamantarse hasta que su madre los suelte.
EL DUEÑO IDEAL
Un niño pequeño quiso con tres monedas en la mano comprar un caballo de esos que se anuncian en venta en un escaparate de una tienda. Lo recibió el tendero: “Buenos días. ¿Qué se te ofrece niño?
El niño le contesta: “En el escaparate hay un letrero anunciando que venden caballos, yo quiero uno”.
El niño le contesta: “En el escaparate hay un letrero anunciando que venden caballos, yo quiero uno”.
¿Cuánto cuestan?-pregunta el niño-
Cuestan quinientos pesos. –Contesta el tendero-
¡Huy traigo sólo esto!- el niño le enseña tres monedas-
¿Puedo verlos?-Preguntó el niño-
Claro que si. –Contestó el tendero con una sonrisa-
Cuestan quinientos pesos. –Contesta el tendero-
¡Huy traigo sólo esto!- el niño le enseña tres monedas-
¿Puedo verlos?-Preguntó el niño-
Claro que si. –Contestó el tendero con una sonrisa-
Entró a verlo y se encontró con cinco potrillos. El último que vio cojeaba.
¿Qué le pasa a este potrillo? – Preguntó el niño-
Nació con un defecto en las patas traseras, este potrillo no puede saltar, ni correr. –Le dice el tendero-
Ese es el que quiero. -Dijo el niño- Muy entusiasmado.
No querrás ese, si no podrá correr contigo, llévate mejor este otro que está muy bien. -Le dice el tendero-
¡No yo quiero ése! – Dijo el niño-
¿Por qué? –Pregunta el tendero-
El niño se levantó el pantalón y le mostró su pierna derecha que estaba deforme y maltrecha y le dijo al tendero: Yo tampoco puedo correr bien, ni saltar, y ese potrillo necesita alguien que lo comprenda.
¿Qué le pasa a este potrillo? – Preguntó el niño-
Nació con un defecto en las patas traseras, este potrillo no puede saltar, ni correr. –Le dice el tendero-
Ese es el que quiero. -Dijo el niño- Muy entusiasmado.
No querrás ese, si no podrá correr contigo, llévate mejor este otro que está muy bien. -Le dice el tendero-
¡No yo quiero ése! – Dijo el niño-
¿Por qué? –Pregunta el tendero-
El niño se levantó el pantalón y le mostró su pierna derecha que estaba deforme y maltrecha y le dijo al tendero: Yo tampoco puedo correr bien, ni saltar, y ese potrillo necesita alguien que lo comprenda.
El tendero se quedo conmovido y enseguida le dijo:
“Entonces te lo vendo por las tres monedas que traes”
El niño se le queda viendo y le dice: “No de ninguna manera, el hecho de haber nacido así, no lo hace menos valioso. Yo le pagaré el mismo precio que pide por los demás, hasta el último centavo”.
“Entonces te lo vendo por las tres monedas que traes”
El niño se le queda viendo y le dice: “No de ninguna manera, el hecho de haber nacido así, no lo hace menos valioso. Yo le pagaré el mismo precio que pide por los demás, hasta el último centavo”.
El tendero, aún más conmovido le dijo:
“Ojala los demás potrillos tengan un dueño como tú, que los quiera y los comprenda así. Todos merecemos tener a alguien que nos comprenda y nos quiera así como somos.
“Ojala los demás potrillos tengan un dueño como tú, que los quiera y los comprenda así. Todos merecemos tener a alguien que nos comprenda y nos quiera así como somos.
Parábola del Caballo
Había en aquellos días un campesino que luchaba contra muchas dificultades, poseía unos caballos que lo ayudaban en los trabajos de su pequeña hacienda.
Un día, su viejo capataz le trajo una mala noticia, uno de los caballos se había caído en un viejo pozo abandonado. El pozo era muy profundo y sería extremadamente difícil sacar al caballo de ahí.
El campesino fue a toda prisa al lugar del accidente, evalúo la situación y se aseguro de que el caballo no se hubiere lastimado.
El problema era el alto costo de sacarlo del pozo amén de la dificultad para subirlo, creyó que lo más conveniente era no invertir dinero ni esfuerzo para su rescate.
Tomó entonces una de las más difíciles decisiones de su vida. Determinó que el capataz sacrificase al animal echando tierra en el pozo hasta enterrar al animal. Pensó que era mejor que muriera rápidamente asfixiado a que sufriera una larga agonía de hambre y sed.
Así empezó a hacerse, pero a medida que la tierra caía sobre el animal, este se sacudía y la tierra se iba acumulando en el fondo, posibilitando que el caballo fuera subiendo.
Los hombres se dieron cuenta de que el caballo no se dejaba enterrar, sino que al contrarío seguía subiendo, hasta que finalmente logro salir.
Increíble: lo que en un principio estaba destinado a su muerte, fue al final su salvación.
Moraleja: Si estas allá abajo, hundido en el pozo, sintiéndote poco valorado, y que los otros lanzan sobre tu persona la tierra de la incomprensión, la falta de apoyo, el poco aprecio, recuerda al caballo de está historia.
No aceptes la tierra que echan sobre ti. Sacúdela. No le des tanta importancia, haz como el caballo de la parábola; sube sobre ella. Cuanta más tierra tiren sobre ti, más iras subiendo y subiendo.
Lo más importante es levantarse si te has caído. Siempre valemos más de lo que creemos o pensamos. Recuerda que nadie, absolutamente puede quitarte este valor.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)